Aprender el "music business"

Por: Javier J. Hernández Acosta Hace algún tiempo, y relacionado a la gestión de este proyecto, reflexionábamos sobre los programas de educación empresarial relacionados a la industria de la música.  Encontramos una gran cantidad de programas universitarios a nivel de bachillerato, sobre todo en Estados Unidos, bajo el título de “Music Business”.  De igual forma, existen diversos cursos complementarios y educación continua diseñados para estudiantes de música y personas interesadas en entrar en la parte administrativa de la industria.  Cuando revisamos su contenido y los recursos, nos obliga una reflexión sobre hacia adonde debería estar dirigida esta formación profesional.

Unos de las críticas más importantes a la industria de la música es que ha utilizado un modelo de negocios orientado al mercado.  Sin embargo, la naturaleza estética del producto (la música), evita predecir la conducta del consumidor, mientras que el éxito de un lanzamiento no garantiza el mismo desempeño en proyectos posteriores.  Finalmente, aunque se convirtió la música en un producto de consumo, nunca se experimentó la esperada reducción de precios a causa de las nuevas tecnologías, lo que provocó que el consumidor buscara alternativas a través de la piratería.  Adicional a esto, existe una cadena de agentes intermediarios, con funciones y destrezas cuestionables, que provoca una distribución desigual de los recursos y los encarece, casi siempre afectando al artista.  En términos generales, estos factores, y muchos otros, demuestran que estamos frente al caso de una industria ineficiente, que ha logrado sobrevivir a través de los llamados “superstars”, que son casos mínimos con rendimientos muy por encima del promedio.  De esta forma, son estos los que cubren las pérdidas del 90% de los proyectos, aunque en muchos casos es el propio consumidor el que paga la ineficiencia.  Como si fuera poco, cada vez se identifican nuevas prácticas antiéticas que buscan concentrar la distribución de ganancias, como lo son los acuerdos para ceder parcialmente derechos de autor (coautorías) como condición para utilizar temas de compositores.

Ahora bien, si este es el perfil de la industria, al menos bajo mi percepción, enseñar este tipo de práctica, por los mismos recursos “experimentados” de la industria, ¿no sería como “poner las cabras a cuidar las lechugas”?  Tendríamos que resaltar el peligro de generalizar un modelo de negocios que ha colapsado y cuyos ejecutivos hacen sus últimos intentos por perpetuar unas prácticas ineficientes.

En ese sentido, la propuesta consistiría en establecer un modelo de enseñanza basado en el emprendimiento, donde las prácticas del “music business” sirvan para el análisis y evaluación pero no para su reproducción, y por supuesto, para evitar ser una víctima más de los intermediarios y su alto costo de “peaje”.  Después de todo, sabemos que las mentiras pueden convertirse en verdades de tanto repetirlas o institucionalizarlas.  El enfoque debe ser desarrollar modelos de negocios alternativos mediante la investigación, diseño y ejecución, ciertamente un esfuerzo mucho más productivo que los famosos internados que consisten en llevarle café a los sobrevalorados “A&R’s”.  A parte de la educación general en las ciencias administrativas, debe incorporarse la enseñanza de la naturaleza y características particulares de las industrias culturales, así como modelos de negocios en otras industrias que puedan aplicarse.  Estos modelos de negocios deben procurar innovaciones en todas las áreas relacionadas a la industria de la música, incluyen los aspectos legales, financieros, operacionales, organizacionales y de mercadeo.  De igual forma, es vital estudiar casos exitosos, como podrían ser el de Creative Commons en cuestión legal y el de “La Escena Punk” en las prácticas de mercadeo.

Deberíamos esperar, en algún momento, el colapso casi definitivo de las multinacionales de la industria para abrir paso a una industria cubierta por pequeñas y medianas empresas y proyectos de autogestión colectiva, pero para garantizar su éxito, es vital una formación, competitividad y entendimiento de los modelos de negocios aplicables.

La industria de cine local

Por:  Javier J. Hernández Acosta La posibilidad de que Marc Anthony y Jennifer López inviertan en la construcción de unos estudios de cine en Puerto Rico debe ser vista con buenos ojos por varias razones.  Por un lado, representa un excelente ejemplo de cómo los artistas y empresarios exitosos pueden contribuir, más allá de la filantropía, invirtiendo en el desarrollo de las industrias en las que trabajan.  Esto garantiza la sostenibilidad y el desarrollo de oportunidades en el sector.  De igual forma, esta inversión representa un gran paso en el proyecto de fomentar una industria cinematográfica con potencial para contribuir al desarrollo económico de la isla.

Para ser competitivos en una industria se requiere, entre otras cosas, tener la capacidad de desarrollar los llamados “clusters”.  Se trata de ecosistemas empresariales donde coexisten diversos participantes de una misma industria en una misma ubicación.  Esto incluye competidores, suplidores, recursos humanos, etc.   Por ejemplo, Broadway es un ecosistema empresarial del teatro, y ciertamente, Hollywood es el mejor ejemplo en la industria del cine.  Aunque estos “clusters” surgen por iniciativa del propio sector, lo cierto es que el gobierno tiene la oportunidad de contribuir a su desarrollo.  Además de los incentivos fiscales, es necesario proveer la infraestructura y capacitación que necesita la industria.  Con las últimas producciones de Hollywood en la isla ha quedado demostrado el talento y productividad del personal técnico y creativo.  Por esta razón, el desarrollo de espacios de grabación es esencial para que se logre este ecosistema empresarial de la industria del cine puertorriqueño.

Sin embargo, debemos recordar que la finalidad del proceso no consiste en atraer producciones extranjeras, sino en el desarrollo de una industria local, ya que es en la producción donde se encuentra el mayor valor añadido que genera la industria.  En ese sentido, el rol del gobierno debe ser producir incentivos atractivos, pero sin reproducir los fallidos modelos del pasado, donde la mayoría del capital salía del país sin dejar un impacto sustancial en la economía.  Basta observar a China para entender que no se trata de insertarse en la economía internacional, si no saber en qué etapa de la cadena de valor hacerlo.  Esperemos que la política se mantenga lejos del asunto, porque el potencial es real y de gran beneficio para el desarrollo económico y cultural de Puerto Rico.

Aspectos Éticos y Culturales en la Conducta del Consumidor de Música Pirata

Original disponible en http://quest.uprrp.edu/cproceedings.html El artículo aborda algunos aspectos relevantes de naturaleza ética y cultural en la conducta de los consumidores de música pirata.  Se revisan las investigaciones sobre el tema y se presentan argumentos a favor y en contra de los derechos de autor.  El artículo también presenta conclusiones y recomendaciones para los artistas o empresas culturales.

Título: Aspectos Éticos y Culturales en la Conducta del Consumidor de Música Pirata

Autor: Javier J. Hernández Acosta

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Las Industrias Culturales en los Tratados de Libre Comercio

El artículo explica algunos conceptos generales del comercio internacional y de los principales organismos y acuerdos que rigen esta actividad. Se presenta un trasfondo del comercio internacional de bienes y servicios culturales y se explora como se ha trabajado el tema de las industrias culturales en los principales tratados de libre comercio en América. Finalmente se presentan argumentos a favor y en contra de la llamada “Excepción Cultural” y se ofrecen recomendaciones sobre este tema. Título: Las Industrias Culturales en los Tratados de Libre Comercio

Autor: Javier J. Hernández Acosta

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Petróleo puertorriqueño

Por Brenda Hopkins Miranda / La autora es pianista, compositora y educadora. Publicado originalmente en El Nuevo Dia - 11 de junio de 2010

http://www.elnuevodia.com/petroleopuertorriqueno-737763.html

Donde no hay visión, no hay esperanza.

George Washington

S í, sí, sí, Puerto Rico tiene también su petróleo, pero no de los que provocan guerras, se derraman, contaminan y asesinan. Hablo de que tenemos suficiente combustible como para llegar lejos, aunque los que siguen pensando en blanco y negro -mientras el resto del planeta ya tiene televisores 3D- no se hayan enterado, esos que continúan gastando en costosos anuncios que nos venden como “sol y playa”, esos que no se acaban de enterar de que hace tiempo que las definiciones de economía y turismo cambiaron radicalmente.

Ciertamente, la prosperidad económica es un asunto que nos concierne a todos. Por ello debemos preguntarnos: ¿Qué tiene Puerto Rico que ofrecer que no existe en otro lugar? ¿Qué nos hace únicos? ¿Qué nos distingue? El petróleo puertorriqueño son precisamente los puertorriqueños. No podremos competir con oro o diamantes pero sí con personas. Es el recurso humano, sobre todo en el arte, la mayor riqueza que posee nuestro país, un recurso ilimitado e inagotable capaz de potenciar nuestra economía.

Supongo que habrá que hablarle al que no quiere escuchar en su idioma, a esos a quienes tan poco les importa la calidad humana que brinda la experiencia del arte, ya sea para el que lo produce como para el que lo recibe. Por lo menos yo no he visto que asalten o agredan a alguien con guitarra o pincel en mano. Hablemos pues del señor dinero.

Que se haga el estudio, que saquen la calculadora y se sumen los dólares hasta contar cuánto dinero mueven en o hacia Puerto Rico por ejemplo los cuadros de Martorell, los discos y conciertos de El Gran Combo, los libros de Mayra Santos, el día nacional de la salsa y hasta la ropa y el perfume de Daddy Yankee.

Que entrevisten también a los turistas a ver si nos enteramos de la razón de su visita. Estoy segura que descubriremos que muchos vienen impulsados por la curiosidad despertada por artistas musicales que viajan el mundo como Ricky Martin, Olga Tañón, Gilberto Santa Rosa, José Feliciano, Giovanni Hidalgo, David Sánchez o Eddie Gómez, las aclamadas actuaciones de Benicio del Toro, Raúl Juliá o Rita Moreno, los poemas de Julia de Burgos, o porque quieren bailar salsa en la cuna de las mejores orquestas del género, o comerse un rico mofongo, etc. (la lista sería demasiado larga para incluirlos a todos).

¡Última hora! El turismo cultural está de moda. El turista moderno manifiesta un deseo de conocer y comprender las actividades, manifestaciones artísticas, culturales y sociales de un lugar. A pesar de esto todavía nuestro turismo se sitúa bajo el concepto “sol y playa”, noción que enfrenta la problemática ambiental latente que gira en torno a las limitaciones de los recursos disponibles, y al uso y abuso que se hace en su explotación. Por años hemos visto el estancamiento de esta industria a pesar de la gran inversión económica que se le ha facilitado para perpetrar estilos de antaño que nada tienen que ver con los tiempos de globalización en los que vivimos.

El arte y la cultura se han establecido como áreas económicas significativas, en especial para países geográficamente pequeños como el nuestro. El arte se ha convertido en la nueva frontera de la economía, un elemento clave en el futuro de las naciones y regiones, un instrumento de desarrollo, motor de crecimiento económico y generador de puestos de trabajo. Afortunadamente para nosotros en el arte podemos sobresalir.

Irónicamente, el arte ha sido la fuerza económica más ignorada por el gobierno, el cual padece de una crasa falta de visión. Si hace tiempo que el mundo se mueve de una “economía industrial” hacia una “economía de la información” o “economía de la creatividad”, ¿no habrá que replantearse muchas de las teorías y enfoques del pensamiento económico? Cabe preguntarse si seremos lo suficientemente conscientes como para responder a estos desafíos o al menos elegir gobernantes que lo sean.

Habrá que prepararle el ‘power point’ al gobierno para que entienda de una vez que el arte desempeña un papel importante en la vida económica, que genera empleos y que paga impuestos.

¿Habrá alguien a quien no le resulte inconcebible que los estudiantes de cuatro puertorriqueño practiquen con instrumentos que dicen “made in China”? No sabría describir la frustración que siento cada vez que visito una tienda de música en otro país y veo secciones enteras dedicadas a la música de Cuba, Brasil, México y otros, mientras que la de Puerto Rico, cuna de tantos ilustres músicos, cantantes, compositores y géneros, brilla por su ausencia o se limita a tres discos. Resulta insólita la cantidad de veces que he presenciado un concierto fuera del País en el que se interpretan las canciones de nuestro Rafael Hernández, para luego escuchar comentarios del público sobre lo fabulosa que es la música cubana. La ironía se acentúa aún más cuando incluso en nuestro propio País existen leyes que establecen que la música de este célebre compositor, así como la de Sylvia Rexach y tantos otros, no es “autóctona” ni “tradicional”.

Es tiempo de que el financiamiento del arte sea percibido como lo que es, una inversión.

Nuestro bienestar económico exige que se promuevan iniciativas con un plan estratégico de producción, mercadeo, promoción, distribución y exportación del arte puertorriqueño, posibilitando su circulación masiva a nivel internacional. Ya es hora de que nuestros gobiernos reconozcan que el petróleo puertorriqueño son nuestros artistas y que este es un recurso económico sustancial, susceptible de ser aprovechado y transformado en un elemento de progreso con un potencial digno de tomarse en consideración.

Es una realidad indiscutible que el arte puertorriqueño tiene un nivel de calidad que puede competir con el que se produce en cualquier lugar del planeta. Dicen por ahí que para muestra un botón. Recientemente vimos al joven Carlos Aponte y su aplaudida audición en el programa “America’s Got Talent”. Si tan lejos han llegado los artistas puertorriqueños sin apoyo, imagínense lo que lograrían si lo tuvieran.

William Miranda Marín y el Modelo de la Ciudad Cultural

Vale la pena que el fallecimiento de William Miranda Marín sirva para resaltar uno de los principales aciertos de su administración.  Se trata de la cultura como un pilar de su visión de futuro para Caguas y Puerto Rico.  Su gestión creó un modelo de Cuidad Cultural cuyo seguimiento deberá ser una obligación para todo aquel que aspire a ocupar su cargo. La planificación fue la primera gran virtud de su administración.  Dejó atrás el gobernar a través de presupuestos anteriores para hacerlo a partir de metas y objetivos que sustentaran su misión: pensar en la cultura como un eje central del desarrollo y no como una simple área de la administración pública.  Recurrió a la participación ciudadana como mecanismo para fortalecer la planificación y el sentido de pertenencia en las comunidades.  Entendió la importancia de generar capital cultural a través del acceso a la creación y gestión como alternativa para combatir la desigualdad social.

Para alcanzar la llamada Ciudad Habitable, Willie promovió las interacciones necesarias entre el urbanismo, la preservación y desarrollo del patrimonio natural y cultural y un mayor acceso a las artes en todas sus manifestaciones.  Proyectos de revitalización en el casco urbano, el Centro de Bellas Artes y el Paseo de las Artes, demostraron que se puede fomentar actividad económica sin sacrificar el valor cultural de la Ciudad.  Por cierto, hemos visto como los comerciantes del área han autogestionado actividades culturales recurrentes, maximizando el beneficio de estos espacios públicos.  El desarrollo de una red de museos que honra tradiciones, artes populares e ilustres puertorriqueños y el Jardín Botánico y Cultural, sirven como evidencia de la importancia de fortalecer la identidad nacional y asegurar que futuras generaciones puedan disfrutar de estas riquezas.

Las artes también fueron una prioridad de su administración.  Múltiples festivales gestionados por las propias comunidades, en los cuales siempre estuvo presente, y una oferta cultural variada, tanto local como internacional, dieron la oportunidad a la población de disfrutar de eventos de alto nivel y libres de costo.  El pasado año, propicio un foro sobre industrias creativas, por lo que su administración también estaba al tanto de la importancia de las artes en el desarrollo económico.

William Miranda Marín siempre estuvo muy consciente de la responsabilidad de construir y fortalecer una identidad nacional a través de la actividad cultural.  También sabía que esto mejoraba la calidad de vida, un requisito indispensable para el desarrollo económico y social del país.  Su legado es a su vez una obligación para quienes le sucedan.  No continuarlo supondría retroceder años de esfuerzo y acertada política pública.

Por: Javier J. Hernández Acosta

Publicado en El Nuevo Día bajo el título: Idea de Ciudad Cultural

http://www.elnuevodia.com/columna-ideadeciudadcultural-719748.html

http://dialogodigital.com/es/cultura-hoy/2010/06/willie-modelo-ciudad-cultural

La defensa de nuestra música autóctona

En días recientes ha resurgido el tema de la Ley de Música Autóctona.  Las enmiendas aprobadas por la Legislatura reducen de un 30 a un 10% el total de gastos requerido a las entidades públicas para la contratación de agrupaciones musicales que representen las distintas variantes de nuestra música tradicional.  Los proponentes argumentan que el 30% nunca se cumplió, y que al reducir el por ciento, pero sobre el total de gastos por año, y no por actividad, realmente se beneficiarán los sectores involucrados.  Nadie en su sano juicio entiende esta lógica, y ya de inmediato han comenzado manifestaciones de repudio por parte de la comunidad artística. Este tipo de proyecto provoca grandes simpatías porque contribuye a garantizar el desarrollo de ciertas manifestaciones culturales.  La lógica detrás de esto, es que las industrias culturales tienen beneficios que van más allá de su valor económico, por lo que no pueden dejarse simplemente a las dinámicas del libre mercado.  Entre esos beneficios se encuentra la construcción de una identidad nacional, el prestigio y orgullo que provocan y, sobre todo, un elemento de sostenibilidad que garantice que futuras generaciones tengan la oportunidad de disfrutar de estas manifestaciones.  Para asegurar esto, el gobierno tiene la opción de estimular su demanda y oferta a través de medidas como esta.  Pero cuando la misión va más allá del factor económico, es preciso establecer otras medidas como estimular la demanda a través de los consumidores, cuyos gustos, según se ha probado, se definen a través de la educación desde muy temprana edad.

Las leyes deben ser mecanismos que sirvan para promover políticas públicas establecidas como resultado de la investigación y el análisis.  Sin embargo, este no ha sido el caso.  Desde que se aprobó la ley, eran evidentes sus deficiencias.  No le precedía una política cultural que tan siquiera estableciera definiciones, no proveía mecanismos de control reales y eficientes, y parecía más bien una oportunidad de negocios para que los productores aumentarán su beneficio inflando facturas.  Después de todo, siempre me pareció que la oferta cultural de música tradicional en nuestras plazas nunca aumentó después de la Ley.

Lo que sí ha logrado la Ley 223 es ser un dolor de cabeza para la comunidad artística, que más allá de aumentar su exposición, han tenido que dedicar sendos esfuerzos para proteger una Ley que les ha beneficiado muy poco o nada.  “La causa es justa y necesaria, pero el proyecto no sirve…aunque es mejor algo que nada…”.  Acaso no es este el círculo vicioso al que nos tienen acostumbrados los políticos de turno.  Si la cultura es una “prioridad personal” del Gobernador, como dijo en su último mensaje, entonces es el momento de exigir, no la eliminación de las enmiendas, si no la elaboración de un plan para promover nuestra música autóctona en todas sus vertientes.  Un plan que podría surgir de la propia comunidad de músicos, y que incluya áreas como incentivos a la producción y el consumo, el fomento de la educación en etapas primarias y medidas económicas como el enlace con proyectos de turismo cultural y la exportación de bienes y servicios culturales.  No olvidemos que estamos hablando de géneros populares, precisamente porque tienen cierto arraigo en el pueblo.  En ese sentido, el apoyo del estado no debe ser la finalidad si no un complemento para la iniciativa y la autogestión cultural.

Por: Javier J. Hernández Acosta

http://dialogodigital.com/en/dialogico/2010/06/defensa-nuestra-musica-autoctona

Fomentando el emprendimiento cultural

El empresarismo es uno de los pilares de cualquier economía. Requiere de una cultura orientada a las metas, con altos niveles de tolerancia al riesgo, capacidad de innovación y de identificar oportunidades. Estas características también parecen ser comunes a la hora de describir a los artistas. Y aunque la propia naturaleza de la creación artística supone un ejercicio de emprendimiento, lo cierto es que se ha creado una concepción errónea de que éstos no están capacitados para asumir ese rol. La nueva economía del “Long Tail” (cola larga), planteada por Chris Anderson, plantea que la “cultura de masas” se ha reducido grandemente ante el agregado de una “cultura de nichos”, gracias a la accesibilidad a productos específicos que ha permitido la tecnología. “La Regla del 98%” establece que aproximadamente el 98% de las canciones en las velloneras digitales y en itunes, de los DVDs para alquiler en Netflix y de los libros en algunas librerías digitales se venden o alquilan al menos una vez por trimestre. Esto significa que por primera vez los consumidores pueden adquirir exactamente lo que buscan, sin estar limitados por el poco espacio y costo de los estantes en las tiendas tradicionales. Gracias a la tecnología, por primera vez es mejor negocio para los distribuidores el inmenso “mercado de nichos” que el reducido sector de los “top charts”. El éxito consiste en hacer un producto de calidad, lanzarlo al mercado y asegurarse de que la gente sepa que existe. La reducción de inventarios, el acceso a la distribución digital y la impresión al momento (print-on-demand), crean una nueva oportunidad de negocios que sólo puede ser capitalizada si se provee a los artistas con la infraestructura y el conocimiento necesario.

De los distintos agentes de la industria cultural, es necesario resaltar la importancia del emprendimiento individual o a través de microempresas. Por un lado, el modelo tradicional de las multinacionales ha demostrado necesitar de mecanismos que afectan y alteran la naturaleza misma del producto cultural para poder alcanzar los niveles de rentabilidad que la industria entiende conveniente. Por otro lado, aunque es necesario el desarrollo y fortalecimiento de una clase de gestores culturales encaminados a promover la sostenibilidad en la industria y la creación de “valor cultural”, no es menos cierto que en muchos casos, la singularidad y escasez de recursos en la producción artística hace que sólo sea viable y rentable cuando el propio artista asume el rol de emprendedor. Por esta razón, el emprendimiento cultural es el eje que permitirá el desarrollo de una industria sólida y competitiva a través de la aportación de los demás agentes involucrados. Para fomentar una cultura de empresarismo es preciso diseñar mecanismos de educación enfocados al desarrollo de las destrezas requeridas y también de estructuras de apoyo directo a la propia gestión empresarial.

Por:  Javier J. Hernández Acosta

Sobre la competitividad en las industrias culturales

Aunque existen varias definiciones de competitividad nos resulta más acertada la elaborada por el Consejo de Competitividad de los Estados Unidos que establece que esta es “la habilidad para producir bienes y servicios que pasen el examen del mercado internacional a la vez que los ciudadanos obtienen un nivel de vida creciente y sostenible a largo plazo”. Esto significa que, aunque la productividad es el factor más importante de la competitividad, queda establecido que los mecanismos tradicionales de mejorar la productividad a través de la mano de obra y otros insumos baratos, a largo plazo, no mejora el nivel de vida de los ciudadanos. Michael Porter, profesor de la Universidad de Harvard, establece cuatro determinantes para la competitividad nacional, los cuales pueden ser aplicados a las distintas industrias, en este caso las relacionadas a la cultura. Estos son: la condición factores, la sofisticación de la demanda, el desarrollo de industrias de apoyo y relacionadas (clusters) y la estrategia y competencia entre las firmas. Para las industrias culturales se debe aplicar el modelo utilizando indicadores económicos y culturales que midan el rol de los distintos sectores o agentes en el fomento de la productividad.

Las entidades públicas y privadas deben asegurarse de proveer una educación artística, tecnológica y empresarial de excelencia, contribuyendo a la investigación e innovación en todas las áreas. De igual forma, es vital desarrollar y mantener espacios de exposición cultural y alternativas de financiamiento para la creación y desarrollo de proyectos culturales. El Estado también deberá elaborar una política pública que reconozca y promueva la importancia de este sector a través de incentivos e incorporar las estadísticas del sector cultural a los indicadores sociales y económicos.

Puerto Rico ha sido uno de los mercados con mayor potencial en productos culturales. Su relación con el mercado estadounidense, unido a su cultura hispana, lo ubica como trampolín para la penetración de nuevos mercados. Su demanda siempre ha tenido acceso a un sinnúmero de manifestaciones artísticas, lo que la hace una sofisticada. Dirigir esfuerzos a la educación de la población en términos de alternativas de entretenimiento cultural, contribuirá a asegurar la calidad de las propuestas, lo que redundará en mayor competitividad a nivel internacional. Actualmente, los artistas puertorriqueños cuentan con un gran reconocimiento basado en su calidad y preparación, una ventaja competitiva que debe mantenerse y fortalecerse.

Para alcanzar niveles altos de competitividad es necesario proveerle a los agentes culturales industrias de apoyo que hagan la producción cultural eficiente. Por ejemplo, la industria musical necesita estudios de grabación, salas de ensayo, acceso a equipos electrónicos e instrumentos musicales, reproducción de discos, diseño gráfico y herramientas promocionales, entre otros productos y servicios. No tener estos recursos disponibles, dificulta y encarece la producción cultural. Finalmente, es necesaria una estrategia cuyo balance fortalezca tanto a la industria como a la sociedad misma. Por ejemplo, un régimen de propiedad intelectual que garantice el derecho de los artistas a vivir de su trabajo, pero asegurando el acceso de la población a la cultura. Proteger las manifestaciones tradicionales de la cultura local, pero promoviendo la diversidad como forma de enriquecimiento cultural. Asegurar un nivel de competencia que promueva la innovación, pero más bien basada en la cooperación y la colaboración artística.

La competitividad es un asunto de productividad, pero volvemos a recalcar que en las industrias culturales, los modelos tradicionales deben ser adaptados para reflejar la importancia del “valor cultural”, al tiempo que se promueve la actividad económica y el empleo, siendo una alternativa sostenible que a su vez garantiza un mejoramiento de la calidad de vida de un país.

Por: Javier J. Hernández Acosta

Construyendo una industria cultural sostenible

En los últimos años las grandes economías del planeta han comenzado a destinar recursos para el fomento de sus industrias culturales. De igual forma, importantes organismos internacionales han reconocido el impacto que el desarrollo de este sector puede tener en reducir la pobreza en las economías en desarrollo. ¿Qué son las industrias culturales? Según la UNESCO estas “representan sectores que conjugan creación, producción y comercialización de bienes y servicios basados en contenidos intangibles de carácter cultural, generalmente protegidos por el derecho de autor” Partiendo de esta definición, podemos enumerar sus principales sectores, que incluyen el editorial, audiovisual, fonográfico, mutimedios, artes visuales, escénicas y el turismo cultural. Estos sectores muy pocas veces son analizados desde el punto de vista económico, e inclusive, algunos prefieren evitarlo por miedo a que se afecte la integridad de la producción artística. Lo cierto es que la cultura es un elemento esencial en la vida de los seres humanos. Además, está directamente relacionado con la calidad de vida del país, algo que cada vez es un criterio más importante a la hora tomar decisiones sobre donde hacer inversión extranjera. Por cierto, el índice de calidad de vida del “Mercer Human Resource Consulting” ubica a San Juan en la posición número 72 de 215 ciudades. ¿Acaso no es una industria con valor cultural, histórico, social, estético, espiritual, simbólico y económico la ideal para desarrollar? Mientras todo el tiempo somos capaces de identificar las deficiencias sociales y ambientales de las propuestas de desarrollo económico, muy pocas veces sabemos reconocer las oportunidades de las que carecen de estos “efectos secundarios”. Aún con la escasez de datos que existe, se estima que las industrias culturales aportan entre un 7 u 8% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, lo que parece ser relativamente alto si se compara con la poca inversión que recibe.

Como es de imaginarse, a nivel político no existe mucha voluntad para establecer una política pública que promueva el desarrollo de esta industria. Entre los intentos aislados podemos mencionar la Ley num. 161 del 2004 conocida como la “Ley para la promoción y el Desarrollo de la Industria de las Comunicaciones y las Producciones Artísticas”. Esta ley ordenó la elaboración de un Plan Estratégico para el sector, pero según la Compañía de Comercio y Exportación, ya habían advertido que no contaban con los recursos para llevar a cabo el estudio, por lo tanto, no lo hicieron. Más allá de esto, seguimos navegando contra la corriente haciendo grandes recortes a los presupuestos de las pocas instituciones vinculadas a la actividad cultural, mientras que los recientes despidos en la televisora del estado demuestran que los planes son mantenernos en la dirección equivocada.

Es preciso diseñar un plan a largo plazo que involucre a los distintos agentes de la industria. Fortalecer la educación artística en todas áreas y niveles. Proveer, junto a la empresa privada, la infraestructura de producción, difusión y promoción de la actividad cultural. Incentivar y fomentar la gestión empresarial cultural y el desarrollo de las industrias de apoyo. Y mientras las instituciones públicas cumplen con su misión de garantizar el acceso a la cultura, que no es otra cosa que un derecho de todos los seres humanos, los artistas tienen las responsabilidad de profesionalizar su trabajo y diseñar estrategias que fomenten la autogestión y una colaboración que redunde en una innovación constante. De esta forma, podremos comenzar a construir una industria cultural sólida, fundamentada en la accesibilidad, sostenibilidad, diversidad y competitividad.

Por: Javier J. Hernández Acosta